Pensando de más, me di
cuenta de lo absurdo de la vida. Pensando de más, supe que el destino no me
pertenecía y que no me guarda nada distinto al resto de los mortales. Pensando
de más, arrugué los puños de mi camisa. Pensando de más, eché de menos el que fui
y también me aborrecí. Pensando de más, sentí que había viajado poco pero que
nunca he estado quieto. Pensando de más, me doy cuenta de que soy un rebelde y
mi lucha insignificante, pues el hombre es el mismo de siempre y lo único que
cambia son las herramientas de sus manos.
Pensando de más, me
dan ganas de embriagarme. Embriagarme de palabras porque son el arma más
potente que existe. Aunque decir sin sentir es igual de inútil que poner
puertas al campo. Pensando de más, contabilicé más estacas que rosas y descubrí
que el mar no es tan azul ni todos los barcos pueden flotar. Adiviné que por
mucho que corra no puedo huir de mí. Entonces, estrujé los puños de mi camisa.
Pensando de más,
recordé que no te quiero tanto pero tampoco te odio. Dibujé alas en tu espalda
que nunca volaron. Pinté sonrisas que no supieron enseñar los dientes y quizá
por eso la cuerda se rompió. Pensando de más, entendí que las mitades no
existen y que los sentimientos se alimentan de verdades. Deteniéndome a pensar
(tanto da si más o menos), fui consciente de que esas verdades forman parte del
absurdo de la vida.
Y cuando pienso de
más, tengo ganas de gritar y de romperme la camisa. Cansado de la costumbre y
de las cosas nuevas. Avergonzado de los roles sociales, humillado ante la ventana.
Permanezco ajeno a todo lo que me enseñaron. Hastiado de vivir conmigo mientras
recompongo las ruinas de mi pasado. Aburrido de buscar sentido al presente
porque sé lo que me depara el futuro. Cuando pienso de más, ya no soy el mismo
ni me conozco. Tampoco puedo dejar de pensar. Soy todos los trozos de caricias
que me dieron y que no di, soy todos los estribillos de canciones que me
recuerdan a personas, soy todos esos momentos que prometieron ser inmortales y
que se licuaron en el viento. Soy todo y nada. Grito y no tengo voz.
Pensando de más, me
quedo en la cama. Sin sábanas ni camisa. Solo. Silencio. Mis pensamientos no
suenan, solo las voces de aquellos que fueron parecen susurrar algo en mi
oreja. Pero no escucho lo que dicen, pensándolo de más ya no me interesa lo que
tienen que decir. Las heridas siempre dejan huellas en la piel y yo ya tengo
muchas cicatrices. Estoy lejos de ellos. La cuerda se rompió. Ya no soy el
mismo ni me conozco. Soy mis ruinas, mis fracasos, mis rabietas; no soy capaz
de contar mis éxitos, dudo si alguna vez los logré y no lo puedo pensar más.
Pensándolo bien, me
comparo con aquel calcetín que se perdió en la colada y nunca más volvió a
encontrar a su hermano. Me siento como un zángano desterrado de su colmena o como
una ballena varada en la playa, sólo que yo soy un exiliado en mi propia
existencia y estoy varado en cualquier parte. Mis sonrisas no enseñan los
dientes y nadie dibujó alas en mi espalda. Y esto son verdades que alimentan el
absurdo de mi vida.
Lo que realmente me
eriza los vellos de la nuca es pensar que, mientras estoy aquí tumbado, hay
asteroides desintegrándose en planetas, seguramente en algún rincón del firmamento
brilla una supernova del mismo modo que hay agujeros negros engullendo mundos.
Y me río de aquél que piensa que, por tener la tripa llena, su ser ya está en
armonía con el universo. Entonces, me pregunto dónde se guarecen las aves
cuando llueve. La vida es absurda, los roles sociales son cadenas que nos
convierten en esclavos de la existencia correcta. Esa esclavitud invade la
libertad, la libertad de pertenecer al universo, tan cruel como finito.
Pensando de más,
escuché el silencio y en su eco resonaban los estribillos de aquellas
canciones. Pensando de más, caigo en la cuenta de que mi cama es un lecho de
hierba mojada por la escarcha. El olfato es el sentido más fiable de todos y me
dice que ya llevo días aquí tirado. Mis uñas están moradas y mi camisa no
aparece por ninguna parte. Pensando de más, he sabido que la vida y la muerte
son la misma persona. Y tal vez, sea yo esa persona, pues se me da bien morir y
revivir con los escombros de mis ruinas. Por eso no te culpo, pero tampoco te
quiero. Soy uno de esos barcos que no pueden flotar y tú uno de esos islotes
donde los náufragos se quedan varados. Yo no llegué a tus orillas, tampoco al
azul del mar, estoy en mitad de un camino a ninguna parte. Soy la indecisión en
el umbral de una puerta, la sonrisa de labios apretados que olvidó volar. Estoy
entre dos mundos. La muerte en vida, la muerte y la nada. Habito un mundo que
no me pertenece, pero que, paradójicamente, tampoco es propiedad de nadie. Mi
no mundo será un mundo que verá brillar supernovas en el cielo, asteroides
convertirse en cometas y, con suerte, no será engullido por ningún agujero
negro. Y nadie podrá ver estas cosas, porque nuestra brevedad en la vida es tan
fugaz como el resplandor de un relámpago. Pienso de más y me vuelvo loco,
siento la intensidad del rayo fulminarme bajo su luz cegadora. Mis uñas están
moradas y sigo aquí sobre la hierba mojada, esperando a que algún náufrago
llegue a mi islote. Pienso de más y me quedo dormido. Y es que, es lo que
ocurre cuando se está pensando de más.